domingo, 28 de febrero de 2016

Libertad

Ese día esa pregunta me hizo llorar.
"¿Y ahora qué vas hacer?"
Bueno, cerré el puño, la voz... la voz se quebró, sabía que lo que había aprendido lo iba a llevar al mundo, a las calles, a donde quiera donde me pregunten quién soy, de dónde vengo y adónde voy.
Establecí el objetivo a como diera costa, la distancia era lo de menos.
Pasó el tiempo.
Encontré el lugar que antes había visto de pasada hace algunos años y entré decidido a dar a conocer mis motivos, motivos los cuales me dieron esos estantes.
Yo era distinto, o al menos eso creí.
El tiempo pasó.
El tiempo pasó y aprendí, di todo lo que ya tenía dentro de mí y lo que quería aportar. Conocí a ese cliché sentado materializable, pero no conveniente. Hubo ferias, eventos, conocidos, regalos, momentos inolvidables.
Hubo un fin.
Ese fin vino acompañado de otro cierre de puños, un cólera. Sabía que debía partir y que mi ciclo no podía extenderse.
Yo había terminado, o al menos eso creí.
El tiempo pasó.
Yo estaba convencido de que lo que había dejado atrás ya no debía volver a verlo: la escuela, los amigos de ahí, la vida que pasé, nadie debía saber de mí y no quería saber de nadie. Ese polaco siempre guiándome en la vida líquida y escurridiza.
La mente se programa a veces para repetir rutinas ante momentos similares. Ese era el caso.
Lo que había vivido ya no regresará.
Nada me ha detenido, excepto esos estantes.
Ya lo había olvidado, o al menos eso creí.
El tiempo ha pasado, sigo siendo el mismo, sigo apartándome de las mismas cosas y las mismas personas, pero no de esa librería. Seguramente no volveré, o al menos en las condiciones en las que ellos quieren o esperan.
Pero siempre, siempre, es bueno regresar a no fundamental.

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