domingo, 1 de octubre de 2017

Agua en medio del desierto (II)

II
Somos una generación afortunada. Sí, nos tocaron desgracias que formamos parte de ella, cosas por las cuales nuestros padres nos reniegan que hacemos o no hacemos y que ellos ya estaban cumpliendo.

Pero dejando de un lado eso, ese día del concierto de Roger Waters en la plaza principal de la Ciudad de México fue un evento que sin duda marcó un parteaguas en mi vida, no estoy diciendo que ha sido el mejor concierto pues cada uno cumple con una particularidad que lo hace único, pero este concierto representó para mí algo excepcional por varias razones.
 
Una de ellas consiste en que fue la segunda que pude ver el evento, si bien la primera vez llegué tarde por ciertas cuestiones, esta vez pude verlo completo, el despertar de ese día y decir “Aquí vamos de nuevo”, preparar mis deberes y prepararme para salir, el traslado al lugar en cuestión, el quedarme de ver con mi amigo y platicar mientras esperábamos a alguien más, inclusive esos momentos amargos de la espera al notar un retraso considerable de quien esperábamos y que me hicieron cambiar de humor súbitamente a tal grado de querer mandar todo al diablo hizo interesante ese día, pero ¿por qué’, bien. En el momento de la espera que estábamos mi amigo y yo discutíamos cosas que los hombres solamente podemos entender, temas que me invadían la cabeza y también la suya, la espera fue eterna pues fueron algunas horas (creo que sí fueron más de 2), pero cuando al fin llegó la persona, caminamos desde metro Pino Suárez hasta la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, anteriormente ya habíamos visto pasar cientos de personas que se dirigían al mismo lugar y eso me daba coraje porque todos iban, menos yo, yo debía esperar a alguien más que no llegaba…

Cuando íbamos caminando por la calle de repente nos encontramos con una valla que nos impedía el acceso y en ese momento mi mundo estaba desmoronándose, pues mis exceptivas por ver el evento se estaban yendo, y vaya que habían varias personas que estaban en mi misma situación,  por lo que la masa, aglutinada, exigía el acceso a como diera lugar, dicha masa estaba totalmente descontrolada pues parecía que estábamos contemplando una revolución como la que se leen en los libros de historia. Fue en ese momento que decidí tomar una fotografía.
 
A la fuerza logramos el acceso y al entrar recobré mis esperanzas.
 
Había miles de personas que ya estábamos reunidas en la plaza que ya habían obstruido todos los accesos, sin embargo en cierto momentos se escuchaban aplausos y gritos de júbilo en algunos accesos, cosa que yo no entendía, hasta después, que entendí que fueron otras personas que habían logrado entrar por la fuerza y que estaban festejando su acceso con las otras personas que ya estaban dentro.
 
Como en el evento anterior no lo había visto desde el inicio, en las pantallas comenzó una proyección de la superficie de la luna que se encontraba en la sombra, es decir, era el lado oscuro de la luna y esta proyección daba inicio al concierto como tal, mismo que inicio una canción estupenda “Breathe”. Fue muy disfrutable, salvo que se siente la ausencia de Gilmour con la Slide Guitar.
 
Ese día fue fantástico porque las canciones que tocó fueron las mismas y los sentimientos también, convivir con una gran masa aglutinada en un punto hace especial ese momento pues el desorden que provoca este tipo de eventos genera en mí una especie de desinhibición que me agrada. Me gustaba ver cómo la gente disfrutaba de algo que yo ya había vivido 3 días atrás, me gustaba que expresaran sus sentimientos con Wish you were here y otras canciones.
 
Me gustó poder disfrutar de la lluvia y del solo intermedio de la canción Pigs on the wing que no había sido tocado en el primer concierto.
 
Me gustó presenciar nuevamente ese prisma de láser, el humo y el saxofón.
 
Pero sobre todo, me gustó llorar al momento de recibir como una ola de viento agresiva ese último solo de la canción de Comfortably Numb que fue antecedido cuando yo tomaba del brazo de mi amigo y me escondía en él mientras le gritaba “Ahí viene ese solo”. Me gustó haberme desgarrado mi garganta en la última parte de la canción sabiendo que sería lo último de Waters que viviría en esa semana, una despedida.
 
Fue un día memorable, pues puedo ver cómo gente mayor escucha Pink Floyd y saber que pude presenciar aun integrante tocando esas canciones. Hasta la fecha sigo sin creer que ese sueño se haya alcanzado. Fuimos testigos de uno de los mejores conciertos que esta gran ciudad jamás haya presenciado y podremos contar a nuestros nietos e hijos que presenciamos un viaje en el tiempo hasta 1975 con esas canciones. Algo irrepetible. Y que fuimos una generación dichosa y afortunada de haber visto vivos a los grandes ídolos y fundadores de todo un género musical, algo que lamentablemente no pudieron vivir ni siquiera nuestros padres o abuelos porque esos ídolos no podían venir a México dado el presidencialismo de aquellos años. Somos realmente afortunados
 
Además, fue un verdadero oasis en el desierto por la situación, emocional, laboral, personal y demás que estaba yo pasando en esos momentos. Una parte de mi sanación.
Muchas gracias por ese momento inolvidable. Muchas gracias.




 



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