Así de repente, vi la muerte en una nieve soleada
- A cada vida...-Dije.
- Déjate de las parábolas -Interrumpió ella.
- Busca la luz
- ...Mis rodillas están frías
- Corre a casa.
- Mejora ve y búscate otra chica a la que le tomes el pelo. Aunque para todas sus mentiras, sigues siendo adorable. Yo he recorrido la tierra por varios caminos extranjeros y tú no tienes nada que enseñarme. Tú no sabes hacer otra cosa que hablar sobre esta ciudad, esta ciudad que sin darte cuenta tanto mal te ha hecho, de la que no puedes salir. Sabes perfectamente que la última vez que fuiste a la playa apenas la recuerdas, eras un niño ¡Díos mío! ¿Un niño de 4 años? Seguramente. O a ver ¿me equivoco? Sé sincero contigo mismo, no sabes hacer otras cosas más allá de las que esta ciudad te ha dado, no sabes escribir algo diferente a "Entonces la puerta del metro se abrió", "Estábamos esperando por el transporte para llegar a nuestro destino", "Las cloacas dejaban escapar un tímido hilo de vapor" o "Sobre el puente en la noche los problemas son más frágiles" y eso considerando que aún así escribes muy mal dadas las razones anteriores. No has podido darte la oportunidad de escuchar ese sonido característico de la nieve al ser pisada, o el indescriptible de cuando los copos chocan contra la gorra, o sensaciones como la que se queda en las manos por el frío cuando moldeas un muñeco de nieve, así como la rasposa en los pies cuando caminas sobre la arena en la playa. Toda tu vida has estado acostumbrado a ver la noche a la misma hora, jamás has viajado en tren, jamás lo harás, no lees más que lo que te encuentras entre los libreros sin darte cuenta sobre lo que estás haciendo.
Al fin y al cabo yo no era tan estúpido y me di cuenta que la situación me estaba jugando una mala pasa ¿Valdría la pena decirle que la amaba? ¿Valdría la pena discutir? Sus labios se seguían moviendo y yo estaba en estado de animación suspendida. La contingencia me decía que lo más inteligente que podría hacer en ese momento era hacerme el estúpido, entonces el plan era el siguiente: dado que estábamos en la esquina de Horacio y Hegel, el recorrido iniciaría en regresar al metro tan pronto como sea posible, subir al vagón y llegar a Tacuba, en ese momento yo vivía en un barrio cercano de ahí. Todo era fabuloso, el mercado tenía grandes cantidades de mercancía, ropa, comida, alimento. Ese laberinto debía recorrer para tomar otro transporte y llegar al trabajo donde conocí al chico de la cabeza enorme que puedo estar seguro que ya está muerto. Podría asegurarlo.
- Bueno, ya basta, tengo que pasar a hacer unas compras, es momento de retirarme.- Dije
- Pues estuvo muy bien todo ¿no?
Nuetras miradas apuntaban hacia el otro lado de la calle, y a pesar de que no fueron directas, eran muy incómodas.
- La comida... estaba muy rica a pesar de todo, siempre disfrutamos de este platillo- Dije
- Posiblemente puedas regresar a comer, te das una vuelta, comes y listo, ¿no?
- No lo creo. En fin, yo voy para allá- Señalé la entrada del único medio de transporte que tengo para desplazarme
- Pues bueno, adiós.
- Pues bueno, adiós.
Dimos la media vuelta y caminé y dándome la razón comencé a pensar en las cosas que me hacían falta para poder no verme tan imbécil y decirle al mundo "Sí, claro, le dije que iba a comprar unas cosas una vez que terminamos, pero me fui directo a casa y puse una película de Krzysztof Kieślowski". No. En un país como este siempre hace falta algo, pero... ¿qué? ¿una camisa? ¿un libro? ¿un trago? ¿una mujer? Fue entonces cuando recordé que lo que me hacía mucha falta era comprar comida, pero comida digna de ser ingerida por mí ya que los días anteriores a este mi dieta se componía por alimento de baja calidad, algo que ni un perro callejero podría merecerse. En aquel
momento recordé una situación muy peculiar en un hotel cercano al centro
comercial Perisur, el hotel Radisson: Estaba yo bebiendo unos tragos y
habían expertos en asuntos electorales porque hubo un ciclo de
conferencias en la materia, las conversaciones se escuchaban claramente.
"No me preguntes cuántos libros leo al año porque me preocupa que me
des trabajo, alimento, sustento y buenas condiciones y después
pregúntame cuántos libros leo al año" escuché de una persona que hacía
referencia a lo que un mexicano promedio pensaría inconcientemente, yo
soy un mexicano promedio. Entonces cuando crucé el torniquete de la entrada del metro y ver que todo funcionaba decidí ir al mercado, pero no era un buen momento, comenzaba a anochecer y a esta hora ya no habría comida. Mierda.
Al finalizar mi viaje, salí del vagón, luego de la estación y me encontré que la noche abrigaba el laberinto que componía el mercado, me coloqué justamente frente a un puesto de CD's y DVD's y vi que vendía material que podría interesarme. Así que mientras tomaba por ambas manos y observaba un ejemplar de un buen disco de Bon Iver, una persona le compraba grandes cantidades de películas pornográficas.
Era bueno darme cuenta de nuevo que nunca dejé de ser el mismo proscrito de siempre
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