miércoles, 6 de febrero de 2013

En acción



Lo único que sé ahora es que tengo sueño, pero también sé que debo llegar a mi destino, para ello debo tomar el transporte público de la Ciudad de México, para ser precisos, el Metro.


Uno de mis más grandes temores es, sin duda alguna, un terremoto, me causan un pavor tremendo, no es lo único que me causa un pavor así, pero en fin. Es por ello que no me gustaría viajar a la gelatinosa Ciudad de México, siempre que viajo pienso si esa vez sería la última. De hecho cuando voy rumbo a la escuela y la naturaleza me da la oportunidad de ver a los volcanes del Popocatépetl e Iztaccihuatl, siempre me aconsejo en admirarlos bien, uno no sabe si ese panorama se vuelva a repetir mañana, sin importar la razón.


 

Muy contadas son las veces donde el carril que generalmente tomo para que sea la próxima salida del tren marche sin mí, y por lo tanto debo tomar el otro carril, o probablemente son tan pocas esas veces que ni yo mismo las puedo recordar. Por cierto, algo que no comprendo es que, aunque en el transporte indique con luces el carril de la próxima salida, la gente toma el carril que no es la próxima salida, quizá porque es el tren que llega primero, pero que sale después, porque al llegar el tren que es la próxima salida, la gente que iba en el tren opuesto, se levanta y corre al otro tren.


Como sea, debo ir de pie en el transporte, mientras me toca ver a los vendedores en pleno tren intentando sobrevivir a las condiciones a las que se sujetan y que interpone la misma ciudad o la sociedad que la habita. Tan sólo al llegar a la estación Tacuba, logré contar aproximadamente $50 de mercancía, en caso de haber comprado una pieza de cada producto que vendían los ambulantes, al llegar a mi destino (Bellas Artes) ya eran $75, aunque no a ciencia cierta, porque un tipo de volúmenes que sobrepasan lo que debería ser normal, vendía música que era de mi simpatía en un CD, él no decía nada, pero de verdad que la música llamaba la atención y para mi buena suerte, una tipa le compró un CD intuyendo que costaría $10, dio las monedas, el tipo las guardo, le dio a la tipa su legítimo disco y se retiró, a todo esto ¿Era la costumbre de los discos de $10 o quizá el tipo tenía algo entre manos haciendo de este intercambio un juego? No lo sé, pero hasta donde conté fueron $75, quizá solo contando así podía mantenerme concentrado en algo específico y canalizar mi atención a cualquier cosa. Aunque me hubiera sentido infinitamente feliz si el resultado de la sumatoria de los precios hubiera sido 42, el día en el que cuente hasta ese número, me daré por bien servido y le agradeceré a la vida.


Al bajar del tren, el calor me hacía sentir incómodo, he decidido caminar lento, pero evitando molestar el paso, de verdad que eso es molesto, a veces me dan ganas de empujar a la gente. Tan sólo quería admirar la arquitectura del centro histórico de la Ciudad de México y recordar ciertos de mis días con ciertas personas en ese lugar, lo cual me llevó a mirar mi celular un par de veces, me hacía falta tener noticias de ese ente perverso al que suelo invocar, ¡pero no!, debía ir en busca de un libro para satisfacer las necesidades de mi profesor, aunque las ganas me llevaran a cometer de nuevo cosas estúpidas. Las visitas en las librerías fueron lo de menos. Era jueves y tenía ganas de ir por mi ánfora.


La dinámica de la gente parecía normal, albañiles “chuleando” a chicas atractivas, gente cruzando calles cuando no le corresponde mientras por circunstancias ajenas, recuerdan a su progenitora; charlas de policías de tránsito con el tema de negocios por debajo del agua, parejas coordinando sus labios con el mensaje del amor. Yo sigo caminando por Eje central rumbo a Donceles, al voltear veo un edificio que está tan frágil como un Jenga, ¡Miedo, Miedo y Desesperación!, decido olvidar, como si fuera tan fácil de hacerlo, es por ello que decido tomar una foto, y no solamente por inercia, sino por la mera curiosidad de las historias que se pueden encontrar detrás.



Al ver a estos dos tipos, la curiosidad salió por mis ojos, tanto que al tomar la foto no me pude contener en tener que inventar historias tal y como lo solía hacer con alguien hace ya aproximadamente 2 años y fracción.


¿Por qué el tipo de la izquierda tenía esos libros en la mano izquierda y alzando los brazos como si un mensaje al mundo quisiera mostrar? No se movió de ahí ¿Era parte de algún grupo religioso? ¿Activista? No lo sé, sin duda había alguna historia que contar acerca de él. Y de la otra persona ¿Cómo es que logró verme?


Al seguir caminando por lo menos en una cuadra, pude visualizar que el tipo de los libros parecía extranjero, por lo que en esa cuadra que caminé pude visualizar esto.


Su nombre es John y es estadounidense, ya no cuenta con núcleo familiar desde hace mucho tiempo, en Estados Unidos ha cometido un delito, por lo que decide escapar de su país ¿La mejor opción? México. La vida en México es muy distinta que en Estados Unidos, empezando porque en las gasolineras no cuentan con autoservicio, la gente barre afuera de sus casas y consumen mucho más refresco que en su país natal. El delito que cometió no ha quedado resuelto y quiere corregir sus errores en México, pero por el hecho de que es fugitivo, no debe hacer mucho ruido, ha dedicado su vida a la purificación de las almas, y se ha integrado a un grupo religioso que le ha mostrado al menos para él, el camino al perdón y a la purificación de su alma. Este mensaje que él ha adquirido lo quiere difundir, John sabe perfectamente que la mejor manera es primero, aprender español y después comunicarlo a la gran masa, sin embargo, su vida en México no es como quisiera, vive cerca de las unidades Habitacionales de Tlatelolco en un departamento donde solo podría vivir un fugitivo como él, aunque el nivel de racismo no es tan exagerado, tiene la difícil tarea de soportar el clasismo y el elitismo, jamás ha considerado la opción de regresar, eso le significaría dolor para él.


Un jueves 6 de Enero de 2013, sale a las calles para intentar hacer gestos del mensaje que él encontró, es demasiado serio y ha tenido problemas de comunicación desde que llegó a México, lo peor del caso es que lleva 2 años y no ha logrado resolver el problema, el mensaje que él adquirió aquí fue por parte de un “hermano” que sabía un poco de inglés. Se siente desesperado por intentar comunicar su mensaje, sus libros que lleva a la mano son de Álgebra lineal y otro de Alquimia (Su más grande afición) seguido por un libro de Metafísica. Se ha convencido de los resultados que puede lograr y lo seguirá haciendo, aunque muchos le critiquen su trabajo.


Tras borrar provisionalmente de mi cabeza esa historia, sigo caminando, veo un Sanborns, y después veo los restos de lo que algún día fue un edificio, estuve a punto de tomar una foto hasta que observé a un tipo con una mirada fija en mí, como si quisiera mi celular, así que mejor lo guardé. De nueva cuenta, volteo rápidamente a mi celular y veo la hora.


Una vez que me enteré que los objetivos de mi viaje no se cumplieron, camino al metro Allende de la manera más ordenada que puedo, y al bajar las escaleras, surge la incógnita que siempre me hago cuando viajo en metro ¿Por qué en algunas secciones del metro, que siempre es rumbo a la salida a la calle, existe una corriente de viento nada despreciable?


El metro Allende estaba en sus mejores condiciones, era limpio, estaba vacío y con el metro acercándose hacia la estación como si se tratara de que el metro supiera de mi llegada y esté listo para abordar, al momento de ver que venía de una curva, me dieron ganas de calcular la longitud del transporte y su velocidad a la que viajaba, pero necesitaba datos, hasta que recordé que un día al ir al último vagón en el tablero venía una especie de tacómetro, donde marcaba un promedio de 68 km/hr y una máxima aproximada de 80 km/hr. La cosa estaba tan interesante que la puerta se colocó exactamente frente a mí, nadie salió, logré entrar y en el transcurso de mi viaje hacia Cuatro Caminos conté minuciosamente lo que hice en el otro viaje, solo que esta vez pude encontrar cuestiones indefinidas, lo máximo que podría haber gastado en caso de que hubiera comprado a cada vendedor y en su máxima oferta serían $60, porque pasaron 2 personas vendiendo paletas, había 2 ofertas, comprar una por $3 o comprar 2 por $5, además una vendedora ofrecía porta celulares, micas para celular, y lo que pareció haber sido llaveros, cada uno con un precio de $10, solo conté por un producto a esa persona.


El saldo de un viaje redondo al centro histórico desde Naucalpan fue:

$135 de productos no comprados

La invención de John

Una fotografía

2 ocasiones de miedo tras ver edificios o restos de edificios


Ya en el segundo transporte rumbo a mi hogar, no quería saber de nada, lo único que relfexioné fue en la cantidad de dinero que pude haber gastado si hubiera querido ayudar a los vendedores del metro, tanto así que hice un comparativo con el hecho de tener que invitar a una mujer al cine y pagar la entrada, las cantidades probablemente al final serían similares, sin embargo no había punto de comparación y ya nada valía la pena.

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