Era
un día como hoy, como ayer, o como cualquier otro en el que te
arrepientes de haber abierto los ojos. Sin ser pesimista ni nada, sólo
hay días en los que la existencia de uno u otros a veces parece ser un
estorbo. Habían cosas que hacer.
Ese día yo tenía pensado ir a Ciudad Universitaria (en adelante CU) para cumplir con ciertas obligaciones establecidas, por lo que tuve que vestirme de inmediato, desayunar (o intentar consumir algo) y partir con destino conocido. Me paré en la calle donde me haría la parada el transporte al metro y esperé por largo tiempo hasta que llegó uno, pero estaba lleno y no podía subir, parecía que no sería un día como en los viejos tiempos. Ojalá esté equivocado, me dije. Pasando 10 minutos y una veintena de taxis ansiosos de mentarme la madre si no me subía en sus unidades, llegó el tan ansiado transporte que me llevaría al metro. En mi camino al metro iba transponiendo (o tapando) mis complejos con la ruta que debería tomar para llegar al campus central de CU, habían varias rutas: Una de ellas consistía en llegar al metro y tomar el próximo convoy a la estación Copilco, bajar y caminar hasta el campus central; otra opción era llegar al metro tomar un nuevo transporte que me llevara a Copilco llegando por la Av. Delfín Madrigal y caminar hasta el campus central y otra era llegar al metro, tomar el pumabús y llegar al campus central. De todas las anteriores la última parecía la más adecuada, sin embargo siempre representa un volado, una probabilidad volátil de que las cosas salgan exitosamente bien o fracasadamente mal, y conociendo mi suerte de entre esos dos escenarios, tenía el miedo de que las cosas resultaran como casi siempre. No importó. Si las cosas se pondrían mal, encontraría la alternativa de llegar al lugar sin perder tanto tiempo. Llegué al metro y crucé el puente, el mural del metro Universidad me hizo una seña, algo parecido a un guiño, algo parecido a esos guiños de los bares de mala muerte que hace la gente cuando lanza una moneda. Algo similar. Pasé por los puestos donde venden artículos universitarios (que por cierto, en su mayoría los detesto), y me encontré con la sorpresa de que habían suficientes pumabúses en algunas paradas ¿Estará el mío? Era la pregunta del momento. Es muy difícil que se encuentren esos transportes, y más aún que coincidan con tu partida. Ese día fue especial porque en el momento de mi llegada a la parada, al camión ya estaba subiendo gente y yo tenía que formar parte de ese grupo. Corrí, salté al pumabús y a pesar de haber personas de pie, tuve la oportunidad de ir sentado, algo que me vino justo porque iba demasiado cargado como para fastidiarme al final del día si cargaba todo el tiempo mi triste mochila. Pasamos por la ruta que lleva a la DGAE, Psiquiatría, Química, y en este punto yo ya sabía que mi parada estaba muy próxima y estaba ahora planeando mi forma de huir, hasta que llegamos a la Facultad de Arquitectura (de ahora en adelante FA), el bus se detuvo por completo sin razón aparente y el chofer que iba demasiado tatuado, con una bocina personalizada de tamaño como de una mochila un poco grande y escuchando Bob Dylan y The Rolling Stones dijo:
"Hasta aquí llegó, me regreso al metro"
Todos bajamos.
En masa seguimos hasta la entrada de la FA y caminamos dentro de ella como si el lugar fuera el pan de cada día, pero nadie estaba preparado para escapar de ahí. Nadie. Las puertas, escaleras y otros lugares estaban cerrados, la ruta de escape ya estaba definida por el personal de seguridad, pero nadie conocía a detalle la salida. Estábamos desorientados como cuando pillas un gato hurgando la basura y lo acorralas en el pasillo. La única forma de escapar era por medio del museo de la FA, así que entré y me encontré con algo maravilloso.
Me encontré con una exposición que me llamó la atención bajo el siguiente título:
Ese día yo tenía pensado ir a Ciudad Universitaria (en adelante CU) para cumplir con ciertas obligaciones establecidas, por lo que tuve que vestirme de inmediato, desayunar (o intentar consumir algo) y partir con destino conocido. Me paré en la calle donde me haría la parada el transporte al metro y esperé por largo tiempo hasta que llegó uno, pero estaba lleno y no podía subir, parecía que no sería un día como en los viejos tiempos. Ojalá esté equivocado, me dije. Pasando 10 minutos y una veintena de taxis ansiosos de mentarme la madre si no me subía en sus unidades, llegó el tan ansiado transporte que me llevaría al metro. En mi camino al metro iba transponiendo (o tapando) mis complejos con la ruta que debería tomar para llegar al campus central de CU, habían varias rutas: Una de ellas consistía en llegar al metro y tomar el próximo convoy a la estación Copilco, bajar y caminar hasta el campus central; otra opción era llegar al metro tomar un nuevo transporte que me llevara a Copilco llegando por la Av. Delfín Madrigal y caminar hasta el campus central y otra era llegar al metro, tomar el pumabús y llegar al campus central. De todas las anteriores la última parecía la más adecuada, sin embargo siempre representa un volado, una probabilidad volátil de que las cosas salgan exitosamente bien o fracasadamente mal, y conociendo mi suerte de entre esos dos escenarios, tenía el miedo de que las cosas resultaran como casi siempre. No importó. Si las cosas se pondrían mal, encontraría la alternativa de llegar al lugar sin perder tanto tiempo. Llegué al metro y crucé el puente, el mural del metro Universidad me hizo una seña, algo parecido a un guiño, algo parecido a esos guiños de los bares de mala muerte que hace la gente cuando lanza una moneda. Algo similar. Pasé por los puestos donde venden artículos universitarios (que por cierto, en su mayoría los detesto), y me encontré con la sorpresa de que habían suficientes pumabúses en algunas paradas ¿Estará el mío? Era la pregunta del momento. Es muy difícil que se encuentren esos transportes, y más aún que coincidan con tu partida. Ese día fue especial porque en el momento de mi llegada a la parada, al camión ya estaba subiendo gente y yo tenía que formar parte de ese grupo. Corrí, salté al pumabús y a pesar de haber personas de pie, tuve la oportunidad de ir sentado, algo que me vino justo porque iba demasiado cargado como para fastidiarme al final del día si cargaba todo el tiempo mi triste mochila. Pasamos por la ruta que lleva a la DGAE, Psiquiatría, Química, y en este punto yo ya sabía que mi parada estaba muy próxima y estaba ahora planeando mi forma de huir, hasta que llegamos a la Facultad de Arquitectura (de ahora en adelante FA), el bus se detuvo por completo sin razón aparente y el chofer que iba demasiado tatuado, con una bocina personalizada de tamaño como de una mochila un poco grande y escuchando Bob Dylan y The Rolling Stones dijo:
"Hasta aquí llegó, me regreso al metro"
Todos bajamos.
En masa seguimos hasta la entrada de la FA y caminamos dentro de ella como si el lugar fuera el pan de cada día, pero nadie estaba preparado para escapar de ahí. Nadie. Las puertas, escaleras y otros lugares estaban cerrados, la ruta de escape ya estaba definida por el personal de seguridad, pero nadie conocía a detalle la salida. Estábamos desorientados como cuando pillas un gato hurgando la basura y lo acorralas en el pasillo. La única forma de escapar era por medio del museo de la FA, así que entré y me encontré con algo maravilloso.
Me encontré con una exposición que me llamó la atención bajo el siguiente título:
Arquitectos mexicanos nacidos en España.
Yo conocí una exposición de la cual el tema era muy similar y necesitaba comprobar de qué se trataba esta nueva exposición.
La tipografía del título emanaba recuerdos muy vivos y próximos, estaba yo de vuelta, y me daba gusto saber que esa disonancia en mi cabeza regresaba, porque así me siento cuando estoy vivo. Pero tenía que excavar hasta encontrar qué exposición era la anterior.
Y de repente vi un recuadro de algunos arquitectos que mostraba la exposición, en el recuadro estaban sus fotos y algunos de sus datos más relevantes. Y sí, se detonó el resultado como una explosión.
Hace algún tiempo escribí sobre mi visita a Guadalajara y la visita al Hospicio Cabañas, así que saqué mis fotos de mi bolsillo y el título de la exposición que se reavivaba en mi mentecilla era "Presencia del exilio español en la arquitectura mexicana", esta exposición es parte de una serie de datos curiosos que recogí y plasmé en mi entrada "Revelaciones I"
Yo conocí una exposición de la cual el tema era muy similar y necesitaba comprobar de qué se trataba esta nueva exposición.
La tipografía del título emanaba recuerdos muy vivos y próximos, estaba yo de vuelta, y me daba gusto saber que esa disonancia en mi cabeza regresaba, porque así me siento cuando estoy vivo. Pero tenía que excavar hasta encontrar qué exposición era la anterior.
Y de repente vi un recuadro de algunos arquitectos que mostraba la exposición, en el recuadro estaban sus fotos y algunos de sus datos más relevantes. Y sí, se detonó el resultado como una explosión.
Hace algún tiempo escribí sobre mi visita a Guadalajara y la visita al Hospicio Cabañas, así que saqué mis fotos de mi bolsillo y el título de la exposición que se reavivaba en mi mentecilla era "Presencia del exilio español en la arquitectura mexicana", esta exposición es parte de una serie de datos curiosos que recogí y plasmé en mi entrada "Revelaciones I"
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Hospicio Cabañan |
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Foto del letrero de la exposición "Presencia del exilio español en la arquitectura mexicana" |
Porque
recuerdo esos recuadros de los datos de los arquitectos, recuerdo
perfectamente esa tipografía y también el tema era muy similar, a pesar
de no haber fotografiado ambas exposiciones, en la primera recuerdo que
se encontraba la foto de Félix Candela, caso contrario en la FA.
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Introducción |
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Arquitectos mexicanos nacidos en España 1 |
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Arquitectos mexicanos nacidos en España 2 |
Y
todo siguió su marcha, yo creí que era mi imaginación porque en la
entrada de la exposición se revelaba que ésta inició en homenaje al Arq.
Juan Antonio Tonda Magallón, ex-profesor de la FA quien recientemente
falleciera el pasado 23 de abril y que formó parte de la generación de
exiliados españoles llegados a México. Yo creí que todo seguiría su
curso normal, sin más que agregar con todas las paranoias de mi mente.
Hasta que me encontré con algo muy curioso.
Las siguientes
dos fotos corresponden a dos recuadros aparentemente distintos tomados
en el Hospicio Cabañas y en la FA respectivamente, la primera no fue
cargada al post porque no lo consideré conveniente en su momento, sin
embargo, ahora es el momento ideal.
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Foto 1 |
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Foto 2 |
Irrelevante
para algunos, seguramente. Pero no para mí dado que a veces siento que
las exposiciones son como las personas, están íntimamente ligadas,
relacionadas, conectadas. La labor (casi arqueológica) es excavar en la
cultura, desmenuzar cada parte de los componentes de la cultura en una
ciudad, país o comunidad. Tarea que se encuentra en las calles, las
personas, los museos, los edificios, los políticos, el poder. Yo tengo
la idea de que lo que en gran parte mantiene unidos estos componentes de
la cultura es el poder. Contrario a lo que piensa Teodoro González de
León en su entrevista
hecha por El País, los artistas más representativos en México están
ligados al poder institucional. Autores (Octavio Paz) y Arquitectos
(Teodoro González de León) en su manera particular de servir, lo han
hecho a manera de mantener el estatus cultural y político de las
sociedades en su momento. Digo que cada uno en sus particularidades de
servir porque es sumamente claro y evidente que el plasmar un obra puede
contener el mensaje crítico como lo hacía Clemente Orozco, sin embargo,
el detonante es el poder institucional.
Sin pretender ofender al gremio y en especial a personas con tanto renombre como González de León (a quien un servidor admira, respeta y sigue puntualmente las actividades derivadas de su próximo cumpleaños número 90), es inevitable ligar el poder con su arquitectura, es más que claro que al menos una vez sirvió en épocas del presidencialismo con todavía un poco de las facultades metaconstitucionales de las que habla Carpizo. El sentido crítico no se puede ubicar dentro de dichas obras como las que sí se encuentran en las letras, pintura, o música. Y esto no es de extrañarse, ya que el sentido que pueda dar la arquitectura está plasmada bajo las órdenes del solicitante. Este arte se enfoca en el insumo. Sí, en gran parte la aportación del arquitecto mismo define su estilo y su especialidad que queda plasmada en el producto, sin embargo, la solicitud detona casi el fin de la obra. Caso contrario a lo que sucede con la pintura y para expresar esto, continuaré con la exposición a la que asistí fortuitamente.
En la exposición se encontraban maquetas muy bien elaboradas de algunas de las obras de los Arquitectos mencionados en la sala, una de ellas es uno de mis lugares favoritos de la Ciudad de México y del cual he hablado y escrito gran cantidad de veces: El Polyforum Siqueiros. ¿Era verdad eso de que todos los caminos llevan a Siqueiros? Era una vez más una coincidencia con mi pintor favorito. Como se mostró anteriormente en las 2 fotografías, Mikelajáuregui Aranaz fue uno de los arquitectos del World Trade Center, edificio adyacente al Polyforum. En algún momento de mi vida me obsesioné tanto con este lugar que recurría seguido a visitarlo, así como a estudiar cada uno de los murales que lo componían por dentro y por fuera. Este proyecto artístico fusionando arquitectura con pintura marca un hito dentro del muralismo y arte mexicano, ya que quedan asentadas las esperanzas en un futuro quizá lejano sobre las condiciones arraigadas desde el pasado, esteblece diálogos con una intensa carga crítica de la condición de la humanidad en su marcha por mejores condiciones y los retos con los que se encuentran como los falsos líderes y los intereses particulares.
La maqueta se veía estupenda y tomé una serie de pequeñas fotografías que muestro a continuación.
Sin pretender ofender al gremio y en especial a personas con tanto renombre como González de León (a quien un servidor admira, respeta y sigue puntualmente las actividades derivadas de su próximo cumpleaños número 90), es inevitable ligar el poder con su arquitectura, es más que claro que al menos una vez sirvió en épocas del presidencialismo con todavía un poco de las facultades metaconstitucionales de las que habla Carpizo. El sentido crítico no se puede ubicar dentro de dichas obras como las que sí se encuentran en las letras, pintura, o música. Y esto no es de extrañarse, ya que el sentido que pueda dar la arquitectura está plasmada bajo las órdenes del solicitante. Este arte se enfoca en el insumo. Sí, en gran parte la aportación del arquitecto mismo define su estilo y su especialidad que queda plasmada en el producto, sin embargo, la solicitud detona casi el fin de la obra. Caso contrario a lo que sucede con la pintura y para expresar esto, continuaré con la exposición a la que asistí fortuitamente.
En la exposición se encontraban maquetas muy bien elaboradas de algunas de las obras de los Arquitectos mencionados en la sala, una de ellas es uno de mis lugares favoritos de la Ciudad de México y del cual he hablado y escrito gran cantidad de veces: El Polyforum Siqueiros. ¿Era verdad eso de que todos los caminos llevan a Siqueiros? Era una vez más una coincidencia con mi pintor favorito. Como se mostró anteriormente en las 2 fotografías, Mikelajáuregui Aranaz fue uno de los arquitectos del World Trade Center, edificio adyacente al Polyforum. En algún momento de mi vida me obsesioné tanto con este lugar que recurría seguido a visitarlo, así como a estudiar cada uno de los murales que lo componían por dentro y por fuera. Este proyecto artístico fusionando arquitectura con pintura marca un hito dentro del muralismo y arte mexicano, ya que quedan asentadas las esperanzas en un futuro quizá lejano sobre las condiciones arraigadas desde el pasado, esteblece diálogos con una intensa carga crítica de la condición de la humanidad en su marcha por mejores condiciones y los retos con los que se encuentran como los falsos líderes y los intereses particulares.
La maqueta se veía estupenda y tomé una serie de pequeñas fotografías que muestro a continuación.
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Polyforum 1 |
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Polyforum 2 |
Al
salir de la exposición, el sol ya brillaba, los perros jugaban y la
vida continuaba su rumbo. Yo, en cambio seguía sumergido en esa alberca
de ideas que también me trasladaron a la exposición "Maquetas" de
Teodoro González de León en el Museo de la Ciudad de México. Esas obras
que marcan su estilo. Quedé sorprendido con la calidad de las obras y
los detalles que podían encontrarse en más de una obra, algunas de ellas
muy similares, el aspecto geométrico definitivamente era muy marcado,
sin embargo, quedé con las ganas de entender sus influencias (una de
ellas las prehispánicas) que se mencionaban en el texto a la entrada de
la exposición.
Posterior de mi salida tenía 2 tareas por hacer: Mis obligaciones que son objeto de mi visita a CU y escribir este post.
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Tarde en CU |
Naturalmente
mi prioridad principal inicial pasó a ser la última y me dediqué a
turnar la restante resultando en este post. De todas formas yo tenía
que ir a la Biblioteca Central, sin embargo, mis planes originales se
convirtieron en planes secundarios (sólo por hoy) y me encasillé a
escribir gran parte de esta entrada.
Pero
es importante mencionar una última cosa: El arte comprende no solamente
el reflejo de la sociedad en la cual se elaboró, sino que debe incluir
una propuesta. Esta propuesta está cargada por el aspecto independiente
del autor, es decir, ser libre en los insumos y productos, cosa que no
encuentro del todo en la arquitectura. Si este arte tuviera un error (y
si se le puede llamar así) sería ese, que la libertad de creación se
encuentra limitado por el solicitante. La propuesta que encuentro en
este arte va enfocada a técnicas, estilos. Es decir, sólo en nuevos
modos de responder a aspectos estéticos y estructurales.
Aunque no puede encontrarse un artista 100% independiente, hay ciertos niveles de libertad en cada arte.
Una vez más, un encuentro fortuito derribó mis expectativas en el día.
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